El origen de una pregunta universal

Desde niña, Sonja Lyubomirsky veía a su madre profundamente infeliz tras emigrar de Rusia a EE. UU. ¿Era la infelicidad inevitable o había una forma de cambiarla?

Una obsesión académica

En Harvard y luego en Stanford, Sonja comenzó a estudiar la felicidad. En un campo dominado por la psicología del déficit, ella se atrevió a preguntar: ¿qué nos hace felices?

¿Nacemos felices o podemos serlo?

La ciencia decía que la felicidad era genética o circunstancial. Lyubomirsky dudaba: ¿y si nuestros hábitos y mentalidad también jugaran un papel?

Experimentos con gratitud y bondad

Sonja comprobó que actos simples como agradecer o ayudar a otros aumentaban el bienestar. Pequeñas acciones, grandes efectos.

El estudio más largo de la felicidad

Robert Waldinger, en Harvard, lideró un estudio de más de 75 años. Su conclusión: las relaciones profundas predicen una vida feliz y saludable. Así de simple.

No basta con estar casado o tener amigos. Lo que importa es la calidad emocional del vínculo: confianza, apoyo y compañía sincera.

Más que amor: conexión auténtica

La gran lección

Ni el éxito, ni la fama, ni el dinero garantizan bienestar. Son las relaciones significativas y nuestros hábitos los que construyen una vida plena.

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